quarta-feira, abril 02, 2008

Reencuentro con Octavio Paz


POESIA
Reencuentro con Octavio Paz
CARLOS ALCORTA
En medio de una enardecida controversia intelectual y política, provocada por el rechazo de la Cámara de Diputados de México a incluir en el Muro de Honor de la Asamblea con letras de oro su nombre, se conmemora en estos días el décimo aniversario de la muerte de Octavio Paz, poeta, ensayista y crítico de la cultura que el 11 de octubre de 1990 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura por «su poesía sensible y de amplios horizontes, repleta de inteligencia y de integridad humana».
Se esgrime, para justificar tal negativa, que Paz «no colaboró en la construcción del Estado Mexicano» -lo que demuestra, una vez más, la obstinación, la ignorancia, cuando no la mala fe, de muchos dirigentes, de partidos y gobiernos en los cuales depositamos, confiados, las esperanzas del porvenir, porque bastaría, para desmentir esta peregrina afirmación, con leer alguno de sus libros, como 'El laberinto de la soledad', su «prolongación crítica y auto-crítica» titulada 'Postdata' o algunos ensayos posteriores como 'México y los Estados Unidos. Posiciones y contraposiciones. Pobreza y civilización o 'Remache: Burocracia y democracia en México' para advertir en qué medida ha contribuido Paz a perfilar la naturaleza espiritual del «ser» mexicano, a estudiar su alienación, su historia, su identidad y, por tanto, a normalizar sus contradicciones y particularidades-; se alega, además, que su obra y su personalidad no se ajustan «al perfil heroico» del resto de personajes inscritos en el Muro, pero olvidan que fue Paz, y no otro, quien escribió en su libro 'El arco y la lira' estas palabras: «Si hemos de tener poemas, serán heroicos y en ellos el hombre se reconocerá como un destino que es también una libertad».
Una libertad de opinión y de juicio que, a la vista de los hechos, no le perdonan muchos de aquellos que sin pudor la invocan.
Dolorido recuerdo el que propicia este tributo impugnado por una trasnochada retórica postrrevolucionaria, que no merece quien en los últimos meses de su vida, antes de que le sobreviniera la muerte vencido por el cáncer, (el 19 de abril de 1998), en su domicilio de la capital mexicana, hubo de soportar diferentes sucesos, siendo acaso el más amargo, el incendio, en 1996, de su residencia, al lado del bullicioso Paseo de la Reforma, que supuso una catástrofe no sólo material, sino de carácter afectivo y sentimental de la que no se repondría en el resto de su vida, pues perdió, en dicho incendio -provocado, al parecer, por un cortocircuito-, gran parte de una biblioteca que contenía ejemplares dedicados de muchos de los mejores poetas del siglo, de sus cuadros, de sus objetos queridos y agrupados, coleccionados a lo largo de viajes y experiencias, perdiendo así esa estable referencia simbólica con el pasado, imprescindible para mirar el futuro, no con esa melancolía taciturna que el envejecimiento impone, sino con la fe del entusiasta, del que ha disfrutado viviendo y se siente a gusto consigo mismo, y contempla el destino, más que como una sustracción en el recuento vital, como una merecida recompensa, como una sucesión de instantes afirmativos.
Ese incendio supuso un declive tanto mental ¯ la pérdida de la memoria, porque la mirada ya no es capaz de representar lo vivido en los objetos devastados, la pérdida de lugar en un mundo que ya no le pertenece ¯ como físico, agravado éste por intermitentes ingresos en el hospital, aquejado de cáncer y flebitis (La salud de Paz se resintió unos años antes, en 1994, como consecuencia de la complicada intervención a la que fue sometido en Houston) lo que le indujo a retirarse de cualquier actividad pública.
Esta reclusión sólo se interrumpió el 17 de diciembre de 1997, con motivo de la inauguración de la Fundación Octavio Paz, emplazada en la Casa de Alvarado en Coyoacán. La Fundación, creada por iniciativa del presidente Ernesto Zedillo y concebida como «una asociación civil dedicada a propiciar el conocimiento y la divulgación de la cultura en general y de la obra y el pensamiento de Octavio Paz, en particular», se ha convertido en sede de la Fonoteca Nacional, al disolverse, en mayo de 2003, la institución por desacuerdos entre Marie-José Paz y el patronato. «Me parece que México tiene una deuda con Octavio Paz, pero quizá los encargados de las instituciones culturales no piensan así", declaró, en su momento, la viuda del poeta y, a tenor de las recientes noticias, no parece que esa deuda vaya a saldarse con celeridad.
Angustia atemperada
Esta esperanzada inauguración -proyecto largamente negociado con los responsables políticos -, así como el aluvión de reconocimientos que recibió de diversas universidades y organismos internacionales y la creación, por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México, de la Cátedra Extraordinaria en honor de Octavio Paz, atemperaron en cierta medida los, sin duda, angustiosos últimos meses de su vida.
Es sabido que en nada contribuyen a mejorar la calidad de una obra, en este caso abundantemente reconocida, premios o distinciones, en el mejor de los casos incrementan su divulgación, pero sirven eventualidades como esta, para constatar de nuevo como una sociedad atrofiada por su mercantilismo se muestra mezquina con sus poetas, con sus artistas y pensadores.
Es la mezquindad, al parecer, una enfermedad endémica de muy difícil erradicación y más aún cuando, por encima de consignas ideológicas y/o mandamientos escolásticos, prevalece la libertad de pensamiento y el ejercicio riguroso de la crítica como método de conocimiento.
Paz fue una personalidad polémica. Abandonó muy joven los postulados de raíz marxista, alimentados por una necesidad histórica, para aproximarse con el paso de los años a posiciones conservadoras, lo que le granjeó la enemistad de muchos de sus antiguos incondicionales.
Fue un hombre con independencia de criterio, comprometido con su tiempo, y como tal, no rehuyó los enfrentamientos dialécticos que provocaron las incesantes convulsiones mundiales y las distintas formas de involucrarse en su destino.
Su obra poética -la lectura de sus libros acompaña mi devenir poético desde el comienzo -parece estar atravesando ese purgatorio de las especulaciones que sucede invariablemente a la muerte del poeta. Para evitar las arbitrariedades del canon literario, el mejor homenaje, la forma más conmovedora de recordar a un escritor es abrir uno de sus libros y compartir con él las indagaciones de la realidad que amplían nuestro horizonte vital, porque como el mismo Paz escribía en 1985: «Escribo sobre lo que he vivido y vivo. Vivir es también pensar y, a veces, atravesar esa frontera en la que sentir y pensar se funde: la poesía».
Y esto, la Poesía, la dignidad de la Poesía con mayúsculas, al margen de otras consideraciones morales, es lo que verdaderamente importa a la hora de enjuiciar sus méritos. Las medallas, los galardones pertenecen al ámbito volátil de la anécdota o de la superchería. Hechos de esta índole deben suscitar una profunda reflexión sobre el papel del creador en una sociedad adocenada y utilitarista que reprueba con vehemencia o margina al extrarradio especulativo el libre ejercicio de la crítica y la disidencia ideológica.

FONTE (photo include): El Diario Montañés - Santander,Cantabria,Spain
El Diario Montañés - Santander,Cantabria,Spain

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