domingo, abril 20, 2008

El poeta ante el arco de su lira


El poeta ante el arco de su lira
Vida y Poesía en Paz
Rubén Reyes Ramírez (*)
“Una poesía de la inteligencia, de esa inteligencia que Gorostiza llamó 'soledad en llamas'”; con estas palabras definió a Octavio Paz (1914-1998), en un texto en el que examinaba a contraluz la poesía mexicana, Roberto Fernández Retamar.

Y en efecto, una leve mirada a la obra de Paz, a propósito del décimo aniversario de su muerte, permite observar la claridad del gesto esencial en su actitud ante la poesía: en el amplísimo abanico de matices que encierra el universo de esta obra —en la que podría, desde dondequiera, tocarse las profundidades de su vuelo poético— algo que deseo destacar es que Octavio Paz tomó por los cuernos a su creación.

Si Rimbaud sentó a la poesía sobre las rodillas, para abofetearla, Paz la desnudó: pero más que para admirarle la piel, para penetrar en el barro de su uteridad espiritual.

“La literatura es como la vida”, se dice frecuentemente. Y al poeta como al lector la poesía se le presenta ante todo como un misterio de la realidad. Sobre esto, Federico García Lorca le expresaba a Gerardo Diego: “... Ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la Poesía. Aquí está: mira. Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él sin literatura...”.

Así, el poeta —flechador de imágenes en el silencio— no degüella o congela las palomas para examinarlas; él simplemente las hace florecer. Como el mago, las aparece del sombrero y las echa a volar.

Rara vez no sólo la poesía, sino la vida misma, y aun la relación entre vida y poesía, se le han metido por los ojos de la inteligencia al poeta: lejos de sumergir la realidad en el océano iluminado de la poesía, Octavio Paz la mira de frente y la interroga o, a fin de cuentas, se interroga él mismo ante su misterio: “Desde que empecé a escribir poemas me pregunté si de veras valía la pena hacerlo: ¿no sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la vida?; y la poesía ¿no puede tener como objeto propio, más que la creación de poemas, la de instantes poéticos? ¿Será posible una comunión universal en la poesía?”.

Este primer deslinde entre lo que él llama “lo poético” y “el poema” nos deja vislumbrar un hecho esencial, que más tarde ha señalado también Edgar Morín apoyándose en Pessoa, que la poesía es un rasgo vital y aún más una dimensión de la vida: la que tiene que ver con el éxtasis y lo sublime, y por eso lo mismo con el sueño que con el dolor del hombre.

Con ello, por una parte, se puede decir que la presencia del poema es independiente de la vida del poeta y, por otra, que la poesía nos pertenece a todos por igual. No todos los poetas son amantes, pero sí todos los amantes viven al menos un instante en la poesía.

El itinerario del hombre no es, en cierto modo, sino la trayectoria de sus búsquedas y de sus respuestas. Hombre al fin, como todos, Octavio Paz nos ha dejado en la arena señales disímbolas. No comparto —ni tendría por qué hacerlo— todos los pasos en el tiempo de este poeta. Pero atestiguo, finalmente, su palabra conmovida y conmovedora y el horizonte de su mirada luminosa.

Para enfrentarse de cara a la poesía, Octavio Paz dice y comprende: “Habrá, pues, que interrogar a los testimonios directos de la experiencia poética. La unidad de la poesía no puede ser asida sino a través del trato desnudo con el poema. Al preguntarle al poema por el ser de la poesía, ¿no confundimos arbitrariamente poesía y poema? No todo poema (...) contiene poesía. (...) Por otra parte, hay poesía sin poema. Paisajes, personas y hechos suelen ser poéticos: son poesía sin ser poema”.

Pero ante el fuego de la escritura, esto es de la palabra, Octavio Paz advierte que la expresión poética reviste un sentido inmanente, que él no podía eludir: “Es lícito preguntar al poema por el ser de la poesía si deja de concebirse a éste como una forma capaz de llenarse con cualquier contenido. El poema no es una forma literaria sino el lugar de encuentro entre la poesía y el hombre”.

Esta respuesta, en la que nos deja acaso su más sintética definición del poema, y por consiguiente de la poesía vista como acto de creación, es una prefiguración de esa mirada cabal suya en la que el poema será “la casa de la presencia”.

“Tejido de palabras hechas de aire, el poema es infinitamente frágil y, no obstante, infinitamente resistente”. En ese espacio de realidad, “todos los tiempos, del tiempo mítico largo como un milenio a la centella del instante, tocados por la poesía, se vuelven presente. Lo que pasa en un poema, sea la caída de Troya o el abrazo precario de los amantes, está pasando siempre. El presente de la poesía es una transfiguración: el tiempo encarna en una presencia”.

Desde luego, es en sus poemas donde tenemos la ocasión y el sitio para encontrar y hacer nuestra, de cada quien, la poesía de Octavio Paz. Pero además, en el arco de sus ensayos tenemos la doble fortuna de inquirir y explorar no sólo las cuerdas de la suya, sino las de la lira de todos los poetas.

El arco y la lira (1955) y Los hijos del limo (1972), y tantos otros textos suyos necesarios constituyen para nosotros un espejo primordial. Son de esos libros que el propio Paz considera fundamentales: “Escribir, quizá —decía—, no tiene más justificación que tratar de contestar a esa pregunta que un día nos hicimos y que, hasta no recibir respuesta, no deja de aguijonearnos. Los grandes libros —quiero decir— los libros necesarios son aquellos que logran responder a las preguntas que, oscuramente y sin formularlas del todo, se hace el resto de los hombres”.

A través de las respuestas de Octavio Paz ante el ser o la realidad inquietante de la poesía tenemos cada uno de nosotros, tanto creadores como lectores, la posibilidad de entender o descifrar la poesía propia: la íntima de uno mismo que se da en la lectura y la escritura del poema. Porque con la experiencia de su lucidez, esa “mirada que mira” que él mismo señaló como “la condenación (...) del poeta moderno” y que encarnó luminosamente, sabemos ahora —como lo supo José Martí, ese “supremo varón literario”, como lo llamara Alfonso Reyes— que: “La poesía que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el medio de subsistir, mientras que aquella les da el deseo y la fuerza de la vida”.

— Mérida, Yucatán.rubreyram@hotmail.com ————— *) Miembro de número de la Academia Yucatanense de la Lengua
FONTE: El Diario de Yucatán - Yucatán,Mexico

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