quinta-feira, janeiro 24, 2008

La poesía de Ángel González


La poesía de Ángel González

El título de su primer libro, Áspero mundo (1956), que recibió el accésit del premio «Adonais», expresa de un modo bien claro el contraste entre los dos mundos presentes en la poesía de Ángel González, el del paraíso perdido de la infancia, evocado nostálgicamente («dulce, / acariciado mundo»), anterior a la terrible experiencia de la guerra civil, y el del adulto (de «agrios perfiles»), condicionado por unas circunstancias históricas y políticas consecuencia de aquella lucha fratricida («no hay sitio para ti en el descampado / donde habitas»). Esos dos planos, que se entrecruzan o se oponen en la poesía de Ángel González, tanto en la estructura como en el nivel léxico, fueron comentados magistralmente por Emilio Alarcos en su libro Ángel González, poeta (Variaciones críticas), publicado por la Universidad de Oviedo en 1969. La sintonía vital entre el creador y el estudioso había facilitado una fecunda relación literaria -y humana- que se mantendría hasta el fallecimiento del primero. La poesía de Ángel González se dirige al hombre en particular de su tiempo, en especial referencia a las circunstancias de la larga noche de la dictadura, pero también al hombre de cualquier tiempo y lugar, sujeto a unas comunes pulsiones y anhelos. Su actitud en ese momento queda reflejada en el título de su segundo libro: Sin esperanza, con convencimiento. Sin esperanza porque su lucidez refrena ilusiones que serían vanas y le hace consciente de la inviabilidad de cualquier expectativa, incluso de la incapacidad de la palabra poética como instrumento de transformación, lejos de la idea de la poesía como «arma cargada de futuro» («mañana será otro día tranquilo, / un día como hoy, jueves o martes, / cualquier cosa y no eso / que esperamos aún, todavía, siempre»). Pero con convencimiento de la necesidad de un futuro distinto («un hombre lleno de febrero / ávido de domingos luminosos»). La bondad natural de Ángel pudo equivocarnos: su poesía, pese a la serena reflexión que la impregna, alejada de toda estridencia, es implacable y descarnada. La ironía y el humor con que progresivamente se ha ido enriqueciendo son procedimientos que desvelan con nitidez un mundo desolado, una realidad social, la de posguerra, en la que las fuerzas opresoras se encargan de «asfixiar... todo lo que respira o palpita» o de «quemar lo que florece» y «aplastar lo que se alza». El consciente alejamiento del lenguaje poético convencional, el uso deliberado del prosaísmo, la ironía y el humor, se convierten, pues, en eficaces instrumentos para diseccionar ese áspero mundo. Ni siquiera la propia poesía se libra de su ironía. En el poema «A la poesía», se dirige a ella: «Quiero tomarte... el pelo». Para, después, continuar la broma mordaz: «Y sacarte a las calles, / despeinada, / ondulando en el viento... / tu cabello sombrío / como una larga y negra carcajada». La ironía, además, es un medio para resquebrajar las convenciones y romper las expectativas (y las frases hechas: «mañana no será lo que Dios diga»). El «Aquí paz, / y después gloria», del poema «Camposanto en Collioure», con el que alude al sepulcro de Antonio Machado, está expresando un significado bien distinto al que tiene en el lenguaje coloquial («borrón y cuenta nueva»). La ruptura con las convenciones poéticas se convierte también en una respuesta al mundo opresivo en el que vive, al igual que, en su vida, la predilección por la noche, el alcohol y el tabaco constituiría una rebelión frente a lo establecido. Es una poesía escrita a partir de la experiencia, pero que no se reduce a ella, porque ocupan un destacado lugar los temas clásicos, los temas de toda poesía con afán de perdurabilidad: el amor, la percepción del paso del tiempo, la perplejidad del hombre inerme ante su destino. El distanciamiento de las emociones y el tono moderado con que las expresa no ocultan su intensidad ni impiden el reflejo de su exaltación: sólo el amor hace que el tiempo se detenga o que, gracias al arte, pueda trascender la propia existencia. Como en el poema «Ya nada es ahora» -tan emotivo para nosotros en estos momentos, en los que el último verso ha quedado grabado en la lápida de su tumba como un emblema de su obra-: «Largo es el arte; la vida en cambio corta / como un cuchillo. / Pero nada ya ahora / -ni siquiera la muerte, por su parte / inmensa- / podrá evitarlo: / exento, libre / como la niebla que al romper el día / los hondos valles del invierno exhalan, / corriente en un espacio sin fronteras, / este amor ya sin mí te amará siempre».

FONTE (image include): La Nueva España - Asturias,Spain

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