terça-feira, março 11, 2008

Benjamin Péret: poesía y revolución


Benjamin Péret: poesía y revolución Andrés Devesa (Para Kaos en la Red)
[10.03.2008 11:53]

“Pero el que es capaz de todo,
el que está más simplemente en el plano heroico,
el hombre que nunca está prevenido contra la existencia,
el que uno encuentra en el Amanecer,
el que desafía el buen sentido en cada respiración,
es Benjamin Péret, de bellas corbatas,
un gran poeta como ya no se fabrican,
Benjamin Péret que tiene atada una ballena,
o tal vez un gorrión.”
Louis Aragon: Una ola de sueños

I

Cuando estudiaba (tanto de niño como ya en la universidad) siempre me explicaron que el surrealismo era un movimiento artístico, estudiándose como una más de las vanguardias del primer tercio del siglo XX y reduciendo su contenido teórico y su práctica a una postura meramente literaria y estética, ocultando la que era su verdadera raison d’être: hacer que lo maravilloso sea la vida misma, lo que sólo puede hacerse realidad destruyendo la civilización capitalista y el régimen de la mercancía, tal y como los propios surrealistas expresaron en muchos de sus textos y declaraciones colectivas: «Somos la revuelta del espíritu; consideramos a la revolución sangrienta como la venganza ineluctable del espíritu por sus obras. No somos utopistas: esa revolución sólo la concebimos bajo su forma social.» (“La révolution d’abord et toujours”, 1925). Ese mensaje revolucionario del surrealismo debe ser difuminado y confundido, insertándolo por medio de los mecanismos recuperadores de la cultura en este mundo que ellos tanto despreciaron. Aunque bien es cierto que esa integración es más fácil de llevar a cabo con unos que con otros. Y esa es una de las razones por las que Benjamin Péret, de quien se dice que fue el más grande poeta surrealista, haya sido tan olvidado, quedando eclipsado por otros personajes que transitaron por el surrealismo y que lo abandonaron vergonzosamente para mejor servir a sus amos (el dinero, la fama o el Partido, según el caso). Péret es olvidado y omitido precisamente porque ejemplifica mejor que ningún otro de sus compañeros en su obra y, sobre todo, en su vida, el valor y el compromiso del surrealismo en lo que Breton definió como la «defensa incondicional de la emancipación del hombre» (“Position politique de l’art d’aujourd’hui”), esto es, el carácter netamente revolucionario del surrealismo. Y Péret destaca por ser el surrealista más convencido y seguramente el más fiel a sus principios, especialmente al del compromiso revolucionario, compromiso que no abandonará hasta su muerte.
Péret fue uno de los surrealistas que mejor supo comunicar y que mejor integró en su propia vida aquello a lo que aspiraba el surrealismo: a una revolución con dos caras que miraban hacia un mismo horizonte, el de la emancipación integral del ser humano, para lo que era imprescindible una doble acción que transformase el mundo (Marx) y cambiase la vida (Rimbaud). En Péret el surrealismo alcanza algunas de sus más altas cotas (aunque también algunos de los límites que le acompañaron siempre) y ello quizás porque él fue quien más creyó en el potencial emancipatorio de la poesía superando las dimensiones teórica, estética y literaria hasta integrar la poesía en la vida y, lo que es más importante, ayudar a liberar a ésta de las trabas que impiden su desarrollo libre y pleno y que no son otras que las que imponen el capitalismo y su sistema de organización del mundo. Péret buscará a lo largo de toda su vida desenmarañar la madeja tejida a nuestro alrededor para mostrar aquello maravilloso que aún puede reconocerse en nuestras vidas y que es sólo un tímido destello de lo que podría ser la vida: «Lo maravilloso, repito, está por todas partes, en todas las épocas, en todos los instantes. Lo maravilloso es, tendría que ser la vida misma. Con tal que, sin embargo, no ingeniarse en hacer esta vida deliberadamente sórdida como lo hace esta sociedad con su escuela, su religión, sus tribunales, sus guerras, sus ocupaciones, sus liberaciones, sus campos de concentración y su horrible miseria material e intelectual.» (Benjamin Péret: “Tiene la palabra Péret”). Y a esa liberación de las fuerzas de lo maravilloso consagrará su vida.

II


Péret nació en Rézé (cerca de Nantes) en 1899 en el seno de una familia de origen humilde. Movilizado durante la Primera Guerra Mundial, cuando ésta termina se traslada a París, donde entra en contacto con los dadaístas parisinos encabezados por Tristan Tzara, participando de las actividades del grupo hasta que en 1922 rompe con ellos junto a Breton, Aragon, Soupault y Éluard para formar lo que será el núcleo originario del surrealismo, que hará de la revista Littérature su órgano de expresión. Su objetivo era tratar de superar el mero gesto nihilista de Dadá yendo más allá de la agitación destructora de los dadaístas en busca de nuevos modos de conocimiento de la realidad y de intervención sobre la misma. La ruptura con Dadá había comenzado a gestarse en 1921, con motivo del “juicio” al que se sometió al escritor Maurice Barrés, al que se acusaba de “crímenes en contra de la seguridad del espíritu humano” (juicio en el que Péret tiene un papel destacado al intervenir como testigo encarnando al “soldado desconocido” y atacando duramente la nacionalista y belicista Barrés). Esta acción irritó a Tzara, que trató entonces de distanciarse de sus díscolos seguidores, que habían dado un salto importante. El reto había sido lanzado, se trataba de superar el carácter difuso y puramente estético de Dadá y avanzar hacia una acción colectiva que fuese más allá. La ruptura definitiva del recién creado Surrealismo con Tzara y Dadá se produce en 1923 cuando Tzara tiene que llamar a la policía para que expulse del teatro en el que se representa su obra Coeur à gaz a Éluard, Breton y Péret que habían acudido a interrumpir y reventar la representación.
En 1924 Péret comienza a dirigir junto a Pierre Naville La Révolution Surréaliste, nueva publicación del grupo que llevaba en su portada una fase que es toda una declaración de intenciones: «Hay que llegar a una nueva declaración de los derechos del hombre». Al mismo tiempo se crea la “Oficina de Investigaciones Surrealistas”, situada en el número 15 de la Rue de Grenelle y que tiene como fin la experimentación y la búsqueda de elementos con los que construir una nueva vida. Sin embargo, la cuestión de la acción política está latente. En 1925, en el número 3 de La Révolution Surréaliste, Pierre Naville, el más politizado del grupo, llama a la acción revolucionaria criticando la postura meramente artística y estética de parte del grupo, especialmente de los pintores. Breton ha de mediar, pasando a dirigir él mismo La Révolution Surréaliste y evitando la ruptura. Pero la cuestión estaba sobre la mesa. El surrealismo se veía en la necesidad de unir a la crítica del arte y de la vida cotidiana el contenido político que la superase para no quedarse en la misma frontera que Dadá no supo o no pudo traspasar.
Así pues, será 1925 el año en el que el surrealismo dé el salto político, aproximándose a las filas del marxismo revolucionario, que, en ese momento, con el comunismo triunfante en Rusia, se creía la fuerza que habría de transformar el mundo. Y si bien esto no llegó a ocurrir, un gran optimismo revolucionario recorría el mundo, lo que propició que muchos se uniesen a esa fuerza que se creía victoriosa abandonando toda cautela y espíritu crítico. En parte ésta es la historia de amor entre el surrealismo y el comunismo, la de un acercamiento necesario y vital para unos y para otros, pero en la que una parte (el surrealismo) se veía obligada a ceder y a aceptar acríticamente directrices que chocaban con su espíritu libertario y la otra (el Partido) no veía sino con recelos a unos “camaradas” a los que siempre consideró pequeñoburgueses y poco disciplinados.
El acercamiento del surrealismo al comunismo se concretó a raíz de la guerra de Marruecos, en oposición a la cual los surrealistas suscriben el panfleto “La révolution d’abord et toujours” junto a Clarté (grupo de intelectuales comunistas), Philosophies (que agrupa a varios jóvenes filósofos entre los que destacan Henri Lefebvre y Georges Politzier) y Correspondance (revista del grupo surrealista belga). A raíz de la publicación de este manifiesto, surge el proyecto de crear una nueva revista, La guerre sociale, entre los surrealistas y Clarté, si bien nunca llega a hacerse realidad, en gran parte por los recelos de los comunistas ante la “sinceridad” revolucionaria de los surrealistas. A pesar de todo, Aragon, Breton, Péret, Éluard y Unik deciden unirse al PCF con la intención, ante todo, de demostrar a los comunistas que no les asusta dar el paso hacia la acción política. Sin embargo, la desconfianza mutua (de los surrealistas respecto al burocratismo y el autoritarismo en el seno del partido y de los comunistas respecto al carácter revolucionario del surrealismo) es un lastre demasiado pesado para que llegue a fraguar una alianza y una complicidad. El PCF exigía sumisión y fe absoluta en sus dirigentes y sus dictados, algo que los surrealistas, al menos aquellos que se mantuvieron fieles a sí mismos, no estaban dispuestos a aceptar.

III


En 1929 Péret, que se había casado con la cantante brasileña Elsie Houston, viaja a Brasil, donde residirá dos años. Allí, sus recelos hacia el comunismo “oficial” y el seguidismo de la política estalinista se concretan, uniéndose a las filas de la Oposición de Izquierda, siendo el primero de los surrealistas en adherirse al trotsquismo, paso que Breton y la mayoría del grupo no darán hasta 1933, a pesar de las continuas decepciones que venían sufriendo. A finales de ese año, Breton, Éluard y Crevel son expulsados del PCF por solidarizarse con Fernand Alquié, que había enviado una carta (que fue publicada) a la revista Le Surréalisme au Service de la Révolution en la que criticaba “el viento de cretinización sistemática que sopla desde la URSS”. En el Congreso de Escritores por la Defensa de la Cultura celebrado en París en 1935 se consagra definitivamente la ruptura al ser leído el manifiesto “Du temp que les surréalistes avaient raison” en el que se critica duramente la contrarrevolución estalinista y la complicidad y sumisión de los intelectuales en la misma. Éluard, que leyó el texto en lugar de Breton, que había sido censurado por abofetear al escritor ruso Ilya Ehrenburg (una sonora bofetada que se llevó el “insigne” escritor y periodista por, entre otras razones, acusar a los surrealistas de pederastas) fue fuertemente abucheado e insultado durante su intervención. A partir de ese momento sólo quedaban dos vías: doblegarse a las consignas del Partido, como hizo primero Aragon, al que pronto seguiría precisamente Paul Éluard; o seguir avanzando en la vía revolucionaria, acercándose a la facción marxista que entonces parecía más avanzada y opuesta a la “desviación” estalinista: el trotsquismo. Ésta última fue la opción de Péret, desde años atrás y avanzando siempre hacia una posición cada vez más comprometida, crítica y revolucionaria.
Péret fue expulsado de Brasil en 1931 por sus actividades políticas. Regresó a Francia, donde militó en diferentes grupos trotsquistas, combinando el marxismo revolucionario y el surrealismo y creyendo firmemente no sólo en su compatibilidad sino en su complementariedad: «el poeta lucha contra toda forma de opresión: la del hombre por el hombre en primer lugar y la opresión de su pensamiento por los dogmas religiosos, filosóficos o sociales. Combate para que el hombre alcance un conocimiento para siempre perfectible de sí mismo y del universo. Esto no implica que desea poner la poesía al servicio de una acción política, inclusive revolucionaria. Pero su cualidad de poeta lo convierte en un revolucionario que debe combatir en todos los terrenos: el de la poesía, con los medios propios de ésta, y en el terreno de la acción social sin confundir jamás los dos campos de acción so pena de restablecer la confusión que se trata de disipar y, por lo tanto, de dejar de ser poeta, es decir, revolucionario». (Benjamin Péret: “El deshonor de los poetas”). Esto es, poesía y revolución unidas en un mismo frente, pero no confundidas ni supeditadas una a la otra. Y, al hablar de poesía, es importante destacar que la concepción surrealista de la misma no se reduce al poema escrito o al menos no sólo, sino, sobre todo, a “una forma de estar en el mundo” que tiene un potencial iluminador y transformador extraordinario. Julio Monteverde resume la visión surrealista de la poesía con este párrafo: «Allí donde el hombre se libera en libertad alcanzando el placer que desea (placer que se puede concretar en el humor, en la belleza, en el lirismo, en el amor, en el conocimiento, en la revuelta, etc.) allí reside, para mí, la poesía. Y el intermediario entre estos dos polos, el camino que lleva de uno a otro, no es sino la imaginación. Por tanto, la poesía es también una lucha, un proceso activo de tránsito hacia un estado ausente pero, de una forma u otra, ya intuido como posible». (Julio Monteverde: “La llama bajo los escombros. Consecuencias del uso de la poesía”, Situación de la poesía (por otros medios) a la luz del surrealismo)

IV


Tras una breve colaboración con el grupo Contre-Attaque de Georges Bataille y después de renunciar a entrar en la Liga Comunista ante la pretensión del ex-surrealista Pierre Naville de que declarase que el surrealismo era contrarrevolucionario, Péret forma parte del Partido Comunista Internacionalista (POI) desde su fundación en junio de 1936. El 5 de agosto de ese mismo año acude a la Barcelona revolucionaria junto al director de cine Léopold Sabas y Jean Rous, miembro del secretariado internacional del POI. Tras la vuelta de Rous a Francia un mes después, Péret se convierte en el delegado del POI en España. Su tarea era actuar de enlace entre el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y los trotsquistas del Movimiento por la Cuarta Internacional y favorecer la colaboración entre ambos. En las filas del POUM, Péret dedica sus esfuerzos a evitar (en la medida de sus posibilidades) que la revolución se estanque y retroceda, pero también conoce allí a la joven pintora Remedios Varo, que se convierte en su compañera.
Al llegar a Barcelona en agosto, Péret quedó deslumbrado por la revolución, de este modo lo describe en una carta a Breton fechada el 11 de agosto: «Si vieras Barcelona tal y como está hoy, salpicada de barricadas, decorada con iglesias incendiadas de las que no quedan más que cuatro paredes, estarías tan exultante como yo». Pero un mes después su visión es mucho más pesimista ante el freno evidente a las conquistas revolucionarias: «Aquí se regresa muy lentamente al orden burgués. Todo el mundo se aborrega lentamente. Los anarquistas van cogidos del brazo de los burgueses de la Esquerra republicana y el POUM no termina de echarles flores. Ya no hay hombres armados en las calles de Barcelona como cuando llegué. La Generalidad (es decir, los burgueses) lo han recuperado todo ―aunque sus manos sean temblorosas― y los revolucionarios del 19 de julio colaboran con ella, rompiendo así la dualidad de poderes que se había establecido tras la insurrección» (Carta a André Breton, 5 de septiembre). Al giro contrarrevolucionario que toman los acontecimientos y el creciente poder de los estalinistas se unen los recelos del POUM ante los trosquistas (y es que aunque a menudo se afirme que el POUM era un partido trotsquista, lo cierto es que dentro del partido los trosquistas eran una minoría). Esto provoca que en marzo de 1937 busque “refugio” en las filas del Batallón Nestor Makhno de la Columna Durruti, en cuyo seno combatirá hasta finales de 1937 en que abandona España junto a Remedios Varo y Munis, dirigente de la minoritaria Sección Bolchevique-Leninista de España (uno de los que más lúcidamente denunciarán el fracaso de la revolución en España y el papel contrarevolucionario del PCE, lo que llevará a que los estalinistas pongan precio a su cabeza), que se convierte en su mejor amigo y colaborador inseparable.
Ya en Francia, Péret sigue vinculado al POI, así como continúa formando parte activa del grupo surrealista, participando tanto en su revista Clé como en las actividades de la Federación Internacional del Arte Revolucionario e Independiente (FIARI), creada por iniciativa de Breton a raíz de su encuentro con Trotsky en México en 1938 y del manifiesto “Por un arte revolucionario e independiente” que ambos escribieron juntos.
Al comenzar la guerra mundial, Péret es movilizado y en mayo de 1940 es detenido por el gobierno colaboracionista de Vichy a causa de su militancia política. Es encarcelado en la cárcel de Rennes, aunque será liberado un mes después. Esta sorprendente liberación (teniendo en cuenta su “historial” político) no pilló por sorpresa, sin embargo, a Péret, que la había intuido en un episodio de videncia poética que tuvo en su celda y en la que una serie de imágenes le anunciaron su pronta liberación (incluida la fecha exacta de su salida de la prisión), experiencia que relata en el texto “Tiene la palabra Péret” y que es uno de los ejemplos más claros de lo que los surrealistas entendían por poesía. A principios de 1941, tras haberse reunido con su compañera Remedios Varo, llega a la Villa Air Bel en las afueras de Marsella, donde espera para poder huir a América junto a otros surrealistas como Breton, Duchamp y Max Ernst. Finalmente, logran partir hacia Casablanca en octubre de 1941 y desde allí pueden embarcarse hacia México.

V


Péret vivirá en México hasta 1948. Allí se reencuentra con Munis, militando con él en el Grupo Español en México de la Cuarta Internacional, escribiendo bajo el pseudónimo de “Peralta”. En México publicó algunas de su mejores obras, como El deshonor de los poetas, una apasionada defensa de la poesía como fuente de conocimiento y de liberación y una crítica y un ataque directo a los participantes en un folleto llamado El honor de los poetas (entre ellos algún ex-surrealista), ejemplo de poesía que se vende a las ideas de patria, Estado y religión, pervirtiéndose y pasando a ser la voz de su amo, lo que lleva a Péret a afirmar que «el honor de estos “poetas” consiste en dejar de ser poetas para pasar a convertirse en agentes de publicidad». En la misma línea de defensa de la poesía “abierta” y lo “maravilloso” como medios de experimentación y transformación de la realidad escribe también en México el texto “Tiene la palabra Péret”. En 1946 publica “El manifiesto de los exégetas”, texto en el que critica el manifiesto de la pre-conferencia de la IV Internacional de ese mismo año, haciendo un balance de lo que considera el fracaso y el aislamiento de la IV Internacional en su análisis de la Rusia estalinista y de la situación mundial tras la guerra. En este manifiesto, Péret expone la posición del Grupo Español en México de la Cuarta Internacional respecto al régimen estalinista, que va más allá de considerarlo un “Estado obrero degenerado” como opinaba el secretariado internacional y lo califica valiente y certeramente de ser un auténtico “Capitalismo de Estado”, un análisis muy similar al planteado poco después por el consejista Pannekoek y por el grupo Socialisme ou Barbarie (también proveniente de una escisión del trotsquismo) y que está en la base, junto a la crítica de la vida cotidiana (una crítica ya planteada por el surrealismo), de los intentos de renovación y superación del marxismo en la Francia de los años cincuenta y sesenta por parte de grupos como Arguments, Socialisme ou Barbarie o la Internacional Situacionista, que llevarán a cabo una crítica del marxismo utilizando el propio método crítico de Marx, atacando la conversión del marxismo en ideología y, por tanto, en “falsa conciencia” que trata de reducirlo todo a los rígidos esquemas de un economicismo y un cientificismo que se creen universalmente válidos, limitando el carácter crítico y revolucionario del propio marxismo.
En 1948, Munis y Péret (que por aquel entonces se había separado de Remedios Varo), regresaron a Francia y un año después son expulsados de la IV Internacional por su posición crítica respecto a las posiciones oficiales de la misma. Péret continuó colaborando con el surrealismo (que se nutrió en la posguerra de un grupo de jóvenes que se unieron a los “veteranos” como Breton y el propio Péret) y al mismo tiempo prosiguió su militancia política en el Grupo Comunista Internacionalista (GCI), formando mayoritariamente por exiliados españoles, y en la efímera Unión Obrera Internacional. En esta época continúa estrechamente ligado a Munis, que vuelve a España junto a otros militantes para reorganizar la lucha, siendo detenido en Madrid en 1952 y condenado por el Juzgado Especial de Espionaje y Comunismo a 7 años y 6 meses de cárcel. Péret viajará a España para entrevistarse con él y con Jaime Fernández en la cárcel. Cuando Munis es liberado, en 1957, retoma su colaboración con Péret, fundando el Fomento Obrero Revolucionario, que trató de aplicar el análisis marxista a las nuevas realidades surgidas tras la Segunda Guerra Mundial, con dos bloques enfrentados y falsamente antagónicos.
Al mismo tiempo que sigue colaborando con Munis, Péret participa junto al resto del grupo surrealista en Le Libertaire, periódico de la federación Anarquista de Francia, entre los años 1951 y 1953, con el objetivo de acercar posturas, revisar las doctrinas existentes y examinar juntos «todos los problemas del socialismo con el objetivo, no de encontrar en ella una confirmación de sus propias ideas, sino de hacer surgir de ella una teoría capaz de de dar un impulso nuevo y vigoroso a la revolución social» (“Declaración preliminar”). En el curso de esta colaboración, Péret entablará un interesante debate con los anarcosindicalistas acerca del papel de los sindicatos en la sociedad capitalista de la posguerra, debate que dará lugar a un libro, Los sindicatos contra la revolución, escrito junto a Munis y no publicado hasta después de su muerte.
Tras una estancia en Brasil en 1955, de donde será expulsado a causa de su militancia política (como ya había sucedido treinta años antes), regresa a Francia, donde continuará su labor incansable, escribiendo y participando activamente tanto en el grupo surrealista como en el grupo de Munis, siendo fiel a sí mismo hasta su muerte en 1959.

VI


Benjamin Péret es, sin duda, «un raro ejemplo de coherencia personal y política, de poeta y militante comprometido durante toda su existencia con el surrealismo y el marxismo revolucionario.» (A. Guillamón: “Introducción al Manifiesto de los exégetas”). Y ese compromiso se aprecia perfectamente en su participación en la Guerra de España, una guerra social y revolucionaria en la que se abrieron todas las puertas que siempre permanecieron cerradas con mil cerrojos y custodiadas por los peores cancerberos, y en la que los revolucionarios de todo el mundo pusieron todas sus esperanzas. Y Péret no quiso ser un mero observador de lo que ocurría en España. Y como muchos otros revolucionarios anónimos acudió al centro del huracán para participar activamente en la revolución. Y el fracaso de la misma, lejos de hacerle desfallecerse y doblegarse a la terca realidad, sólo le convenció aún más de la imperiosa necesidad de una revolución social que lo transformase todo (la estructura socio-económica pero también las estructuras mentales y la propia vida). Y en esa revolución por llegar la poesía debería jugar un papel fundamental.
En este sentido, se puede comparar la trayectoria de Péret con la de Carl Einstein, que también combatió en las filas de la Columna Durruti (siendo técnico militar y portavoz del Grupo Internacional de la misma) y que era ya un “veterano” que había participado en la República de Consejos de Baviera y en los comienzos del dadaísmo, pero que en el transcurso de la guerra fue abandonando la esperanza en la utopía, criticando primero el papel de la poesía en la transformación del mundo: «Las ametralladoras se burlan de los poemas y de los cuadros. Las paráfrasis tienen que terminar.» (Entrevista en Meridiá. Setmanari de literatura, art i política. Tribuna del Front Intel.lectual Antifeixista), para al final de la guerra abandonar la defensa de la revolución y ceder al pragmatismo, apoyando los “trece puntos” de Negrín, para poco después quitarse la vida en la Francia ocupada. Esto no resta valor a la vida y la gesta de Einstein, pero sí dice mucho de Péret, que sobrevivió a las peores circunstancias, a las derrotas, a las traiciones, a las guerras y no sólo no se retiró a los aposentos del individualismo, de la literatura o del compromiso con lo existente, sino que se mantuvo en el frente toda su vida, tratando de ir siempre más allá, a pesar de los errores que pudiese cometer. Péret fue de los que luchó toda su vida y eso ya le convierte en imprescindible.
Mi intención al hablar de Benjamin Péret no era llevar a cabo una hagiografía ni una defensa incondicional de su persona ni del surrealismo. Lejos de eso, hoy se nos hacen evidentes sus limitaciones, sus fallos y sus peligros, siendo el más evidente el de su recuperación por parte de la industria cultural, a pesar del rechazo siempre mostrado a entrar en el “juego” del arte y de la literatura. Y es que la advertencia de René Daumal a Breton: «Ten cuidado, André Breton, de no figurar más tarde en los manuales de historia literaria, ya que si anhelamos algún honor, sería el de quedar inscritos para la posteridad en la historia de los cataclismos» (cit. por Jean-François Dupui (aka Raoul Vaneigem): Historia desenvuelta del surrealismo) es una realidad y el surrealismo es limitado a la historia del arte y de la literatura para evitar que su contenido revolucionario pueda prender alguna mecha. Por eso se tiende a olvidar y a ocultar a Péret, porque fue ante todo un revolucionario y su recuperación es más difícil. Y aunque ese compromiso variase, de su primera militancia en el PCF a las filas del trotsquismo que creía la facción más avanzada del marxismo (obviando el papel contrarrevolucionario de Trotsky como organizador del Ejército Rojo y asesino de Krondstat), hasta llegar a posiciones cercanas al consejismo que, combinado con su defensa de una vida nueva y distinta, anticipan el marxismo heterodoxo y libertario de los situacionistas, Péret siempre fue fiel a sí mismo y siempre creyó en una revolución que parecía escapársele de las manos y que unía ineluctablemente a la liberación de las fuerzas que existen en potencia en todos los seres humanos, liberación que había de llevarse a cabo por medio de la poesía, de la realización de los deseos y de la transformación de la vida. Y esa revolución aún está por hacer.
La historia, lejos de servir como objeto de contemplación o de recreación en un pasado que se cree puro y maravilloso, ha de ser un aguijón que nos espolee, superando el tiempo vacío y cerrado del siempre-lo-mismo, transformándolo en un tiempo-ahora que se abra a un futuro dialéctico y utópico. En palabras del propio Péret: «Parece que del esfuerzo emancipador de los hombres subsisten, ante todo, los holocaustos ofrecidos a esta liberación, en los cuales se inscriben las aspiraciones de toda una época. Es como si los oprimidos dijeran a las generaciones futuras: «Perecimos porque nos equivocamos. Buscad donde reside nuestro error».» (Benjamin Péret: El quilombo de Palmares). Superar la historia, realizarla.

FONTE (photo include): kaosenlared.net - Barcelona,Cataluña,Spain - http://www.kaosenlared.net/

Nenhum comentário:

Postar um comentário